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Puerto Varas y Chiloé: arrancada gastro-cultural

  • Mari
  • 13 nov 2018
  • 3 Min. de lectura

En un pequeño experimento sociológico –nacido de las conversaciones a lo largo de seis años-, me di cuenta que más de la mitad de los santiaguinos (nativos o “adoptados”) sueñan con irse a vivir al sur, a una cabaña al lado del lago/bosque, lejos del ruido de la capital.

Uno de estos destinos, indudablemente, es la Región de Los Lagos, con sus hermosos volcanes, bosques, lagos, casitas de tejas de madera y gastronomía típica. Así que me embarqué para descubrir –por segunda vez- las bellezas que tanto atraen a los chilenos (y aún más a los alemanes y otros turistas europeos).

“Lugar de Gaviota”, “Donde el Gordito” y mariscos ahumados… Los descubrimientos de un viaje express que cabe perfecto en tres días de cualquier fin de semana largo. 1,5 horas en avión, y las bocinas y el calor de Santiago fueron cambiados por la silenciosa vista al lago y la torrentosa lluvia del sur.

Puerto Varas, el hermano bonito de Puerto Montt, esperaba con las atracciones turísticas de must list, o la lista de los imperdibles: el centro histórico y la hermosa costanera de la ciudad, Frutillar (con su emblemático Teatro del Lago, que en unos días recibe el Festival Primavera), Saltos de Petrohue (donde, a mi sorpresa, se puede llegar perfectamente en bus) y volcán Osorno (accesible vía tour o rent-a-car).

Y por sobre todo, con la gastronomía. “La Olla”, el must de cada viajero-con-paquete-turístico, esta vez (como pasa casi siempre) dejó harto menos impresionada que la primera, hace unos 4 años. Así que concurrí al todopoderoso Tripadvisor en búsqueda de las mejores picadas de esta bella ciudad con fuerte influencia alemana (donde hasta una sucursal de BCI es lindo, hecho de madera y combinado con la arquitectura de la ciudad).

Y encontré la indicada: “Donde el Gordito”, un lugar pequeño escondido en pleno centro de la ciudad, decorado con las reseñas escritas en servilletas de papel que revelaban la admiración de clientes por lo vivido. Aunque no hacía falta leerlos: al observar los platos que devoraban los allí presentes quedaba claro que esto es EL lugar. Salmón, congrio, merluza… A la plancha, con salsa de mariscos, jaiba, alcaparra, camarones… Chupe de locos, pastel de jaiba, paila marina… Todo en porciones gigantescas y a precios modestos.

Y para el postre, obvio, los imperdibles de esta región: kuchen y strudel, otra herencia alemana aparte de la arquitectura, que se vende casi en todos locales independientemente de su perfil, junto con café y... cerveza. Unos recomendados son de El Barista, a pasos de la plaza, un lugar además muy lindo y bien decorado.

Y para los amantes de la rica cerveza artesanal sureña (aunque nada se compara con la variedad y el sabor de los inventos valdivianos), a terminar el día en Mesa Tropera, una sucursal de la cervecería de Coyhaique del mismo nombre con casi 10 variedades de este trago, además de pizzas, sandwiches, picoteos y lo mejor de todo: una hermosa vista a la iluminada costanera de la ciudad.

Volviendo a las bellezas de la región, para los que piensan que no se puede recorrer la ciudad y sus alrededores y además visitar la hermosa isla de Chiloé (“lugar de gaviota” en mapudungun) en tan poco tiempo, no hay nada imposible. Aunque con el auto y la licencia para conducir hubiese sido más fácil, para la primera visita el tour de un día que ofrecen muchas agencias de turismo en el mismo Puerto Varas es una opción más que suficiente, que permite conocer de todo un poco.

El mío, por ejemplo, incluía Ancud (con su hermoso histórico fuerte San Antonio), Dalcahue (con su costanera pesquera y feria artesanal) y Castro, con un paseo en bote por los famosos palafitos y su hermosa iglesia de madera – patrimonio de la humanidad. Todo eso, tras el bellísimo paso en un ferry por el canal Chacao. En Castro, a diferencia de Puerto Varas, las necesidades consumistas no dejaron intacto el paisaje: el recién construido mall, al enojo de los castrenses y los turistas, fue ubicado en el punto alto de la ciudad, rompiendo la línea del horizonte y tapando la vista a la iglesia desde el puerto.

La visita a la isla -para terminar el viaje de la mejor manera- también no fue sin revelaciones gastronómicas, como mariscos ahumados descubiertos en la escapada rápida al mercado de Ancud (aunque por la asustada reacción de las señoras vendedoras entendí que no se suelen comer tal cual).

Así que a preparar las maletas y buscar ofertas de vuelos, lo bueno es que ahora no faltan.

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Sobre mi

Soy periodista que adora surfear por las ferias, festivales, conciertos, bares y barrios de Santiago. Les voy a contar las cosas que pasan en esta ciudad capitalina, para que puedan disfrutar al máximo su vida cultural y urbana!

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